lunes, 30 de marzo de 2009

El león

Y me encanta el hielo en la boca, sentir el frío en mi boca, besarte mientras el hielo gira en mi lengua, besarte tiernamente mientras el hielo pasa por tus labios y la nieve por tus manos. Caminar por el interminable sendero de árboles cubiertos de nieve, de hielo, de agua fría. La luz cándida del último rayo del día en tu mirada, en tu cabello. Quedan pocos habitantes ya, quedan pocas ventanas y los sonidos de los niños no se escuchan más. Los hombres petrificados nos observan como vigilantes a la deriva. Los libros ya no encuentran una salida, se quedaron tristes mirando sus contornos. Quedan perros fantasmas y un león en la puerta principal vigilando nuestra vida encantada, hechizada por los extraños virus que vuelan en el aire. Te veo y encuentro una absorbente soledad, interminable, de esas que duran mil años. Tomo tu mano y caminamos, yo con el pedazo de hielo en la boca y tú con un par de piedras en la bolsa, ellas nos guían con su ritmo de montaña, hipnotizante, una contra otra, chocar infinitamente hasta que la existencia termine, hasta que algo nos aniquile.

Y siento el palpitar que me mece como un árbol; árbol de vida. Crecen los pájaros en mi cabeza.

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