lunes, 30 de marzo de 2009

El león

Y me encanta el hielo en la boca, sentir el frío en mi boca, besarte mientras el hielo gira en mi lengua, besarte tiernamente mientras el hielo pasa por tus labios y la nieve por tus manos. Caminar por el interminable sendero de árboles cubiertos de nieve, de hielo, de agua fría. La luz cándida del último rayo del día en tu mirada, en tu cabello. Quedan pocos habitantes ya, quedan pocas ventanas y los sonidos de los niños no se escuchan más. Los hombres petrificados nos observan como vigilantes a la deriva. Los libros ya no encuentran una salida, se quedaron tristes mirando sus contornos. Quedan perros fantasmas y un león en la puerta principal vigilando nuestra vida encantada, hechizada por los extraños virus que vuelan en el aire. Te veo y encuentro una absorbente soledad, interminable, de esas que duran mil años. Tomo tu mano y caminamos, yo con el pedazo de hielo en la boca y tú con un par de piedras en la bolsa, ellas nos guían con su ritmo de montaña, hipnotizante, una contra otra, chocar infinitamente hasta que la existencia termine, hasta que algo nos aniquile.

Y siento el palpitar que me mece como un árbol; árbol de vida. Crecen los pájaros en mi cabeza.

miércoles, 25 de marzo de 2009

de paidopsiquiatría y grupos anticuados

De la vida, uno nunca deja de aprender. Y no me refiero a esos datos pseudo-culturales que vienen en los suplementos dominicales del periódico. Me refiero a esos momentos de la vida en que descubres que la persona a la que todos creían inocente es precisamente líder de aquella polémica conspiración o cuando descubres que hay situaciones existenciales, como la sincronización celestial entre las personas, en que nunca llegarás a descubrir algún patrón. Simplemente porque no existen. Todo esto llega en poquísimo tiempo si no lo esperas.
Empecé a notar el primer momento de mi teoría conspiratoria el día en que una de mis canciones favoritas vino a mis oídos hecha realidad, no era más una canción, era un relato musical de mi situación, al escalofriante grado de tener los mismos nombres que los personajes de mi historia. De todos modos, hice caso omiso a esta señal divina y seguí caminando. Fue en la siguiente esquina de aquella avenida que surgió la segunda señal, se trataba de Freddy, un chico tímido hasta el paroxismo, de piel amarillenta, anemia notable y compañeros ausentes. El desgraciado que recibe cada mes un perfecto 10 en conducta, por descuido de profesores poco capacitados que creen que por no hablar, eres un chico bien portado y nunca un lunático con trastornos de inhibición. Bueno, Freddy siempre fue eso para mí, más que eso, siempre tuve la certeza de que detrás de ese síndrome de Asperger no diagnosticado se escondía un maniático, una bomba de tiempo esperando estallar contra todos esos que lo crearon, por ejemplo los cretinos que siempre lo molestaban, la psicóloga escolar que nunca nadie supo de su existencia, incluso sus padres, que por creer en la inexistente psicóloga escolar, no pudieron llevarlo con un paidopsiquiatra. Bueno, pues a pesar de todo este material contundente, nadie creía en mi teoría.

domingo, 8 de marzo de 2009

Querido

Llevo dos días sin comer y creo es suficiente, el aire pega en el ramillete de mi oreja, es un susurro esperando explotar como una ola en la piedra. Confortable es el lugar. Creo moriré pronto y siento la montaña. Anhelo mi cama suave de hospital, el olor a formol por las mañanas y el suave agitar de los mosaicos blancos. Es tarde para pedir perdón, demasiado pronto para arrepentirme. Te encontraré algún día como la primera vez que te vi. Compartiré aquello que jamás fue nuestro. El árbol me come la piel y su sabia entra por mis ojos. Un absoluto proceso natural me regresa.