miércoles, 25 de marzo de 2009

de paidopsiquiatría y grupos anticuados

De la vida, uno nunca deja de aprender. Y no me refiero a esos datos pseudo-culturales que vienen en los suplementos dominicales del periódico. Me refiero a esos momentos de la vida en que descubres que la persona a la que todos creían inocente es precisamente líder de aquella polémica conspiración o cuando descubres que hay situaciones existenciales, como la sincronización celestial entre las personas, en que nunca llegarás a descubrir algún patrón. Simplemente porque no existen. Todo esto llega en poquísimo tiempo si no lo esperas.
Empecé a notar el primer momento de mi teoría conspiratoria el día en que una de mis canciones favoritas vino a mis oídos hecha realidad, no era más una canción, era un relato musical de mi situación, al escalofriante grado de tener los mismos nombres que los personajes de mi historia. De todos modos, hice caso omiso a esta señal divina y seguí caminando. Fue en la siguiente esquina de aquella avenida que surgió la segunda señal, se trataba de Freddy, un chico tímido hasta el paroxismo, de piel amarillenta, anemia notable y compañeros ausentes. El desgraciado que recibe cada mes un perfecto 10 en conducta, por descuido de profesores poco capacitados que creen que por no hablar, eres un chico bien portado y nunca un lunático con trastornos de inhibición. Bueno, Freddy siempre fue eso para mí, más que eso, siempre tuve la certeza de que detrás de ese síndrome de Asperger no diagnosticado se escondía un maniático, una bomba de tiempo esperando estallar contra todos esos que lo crearon, por ejemplo los cretinos que siempre lo molestaban, la psicóloga escolar que nunca nadie supo de su existencia, incluso sus padres, que por creer en la inexistente psicóloga escolar, no pudieron llevarlo con un paidopsiquiatra. Bueno, pues a pesar de todo este material contundente, nadie creía en mi teoría.

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